CUENTA
Las paredes estaban decoradas con moqueta clara, la butaca combinaba una madera exótica trabajada en talla con pan de oro y un rico textil en tono esmeralda para el tapizado. En el garaje dos clásicos. Uno de ellos con una avería de bujía. La casa se le había quedado vacía. Los coches ya no se conducían. La aureola de parfum que vaporizaba las estancias hacía tiempo que se había desatendido. Todo era casposo y todo lo amasado era tramposo. Para él ya era tarde para darse cuenta y quizás esa plena consciencia era su mortificación. Las rodillas y mucho menos los pulmones empachados de bravuconerías en salas de coctelería le permitían ya amasar lo que más quería: Caminar y respirar por los caminos que bordeaban su finca. A los y muchos se había dado cuenta que la cuenta no cuenta; que lo que realmente cuenta es aquello que en el silencio se cuenta. Y en esa historia no hacen falta dedos para la cuenta. Y fíjate tú que ahora se dio cuenta que la riqueza estaba detrás de su barrera. Ahora es tarde para rendir cuentas y para seguir toqueteando la cuenta del perdón de aquel viejo rosario.