RUN TRIP - 20: F A K MARIN HEADLANDS
El día anterior había sido un viaje en primera clase. El equipo de San Francisco Running Company nos apadrinó, nos cuidó y nos pilotó entre algodones por los caminos que pisan regularmente. Nos levantamos tan fascinados que salimos huyendo de nuestra cloaca llamada Tamalpais. Teníamos que evitar que el hechizo que habíamos encontrado del otro lado del Golden Gate se diluyera. Cerramos la puerta, metimos una vez más nuestro petates en el asiento trasero y condujimos a la zona de Marin Headlands. Los chicos/as con los que corrimos nos comentaron que si el recorrido de Equator Coffee a SFRC nos había gustado, no debíamos abandonar la zona sin conocer los senderos que bordeaban la costa. Aparcamos el pick up en el parking de Tennessee Valley Road. Tan solo había un coche cuando llegamos. Los primero pasos los dimos cuesta abajo y a los pocos minutos tomamos el Coastal Trail.
Y a partir de aquí explosión de júbilo. Todo me cuadró. Entendí por qué Scott Penzarella se había instalado en Mill Valley, comprendí por qué los chicos de SFRC habían escogido San Anselmo y Mill Valley: a sus pies tenían un paraíso para el deporte al aire libre. Me fusioné con el entorno, con los caminos, con el mar. Había un cierto paralelismo con todo lo que había dejado a mis espaldas. Por un instante tuve cierta nostalgía y un grado de alucinación cuando escuché “Mister Pavé!”. No me lo podía creer. Estaba solo, con Vicenç y me pareció escuchar un “Mister Pavé!”. ¿Qué demonios era ese grito? Si yo lo que quería era precisamente huir de mis demonios,
El grito se repitió una segunda vez, como si fuese un eco. Un eco que venía a toda velocidad en una bici de montaña hacia nosotros. ¿Quíén carajo andaba por allí? La leche, en medio de la nada, en medio del todo, en aquel terreno solitario, en aquel terreno lleno va y me encuentro con Ted King. Unos meses atrás nos había visitado en Pavé y ahora nos topábamos del otro lado del charco. Estuvimos charlando unos minutos y después cada uno siguió por su camino con la perplejidad acompañándonos durante unos largos minutos.
Cuando llegamos de nuevo al parking, al cabo de algo más de una hora y media, la afluencia de corredores había ido en aumento. A contracorriente, deshicimos el trayecto, nos dimos una ducha rápida y abandonamos por fin el Motel. Pero antes de cruzar uno de los puentes más célebres del planeta, nos paramos a desayunar en Nékter Juice Bar. Vicenç necesitaba una dosis extra de vitaminas para recuperar las secuelas de la última sesión de running. Marin Headlands lo había destrozado y a mí me había inyectado un soplo de aire fresco.