RUN TRIP - 3: MENDOCINO - COOS BAY
Antes de retomar la carretera paramos en un colmado de Mendocino y convertimos los asientos traseros de la pick-up en una pequeña despensa para ahuyentar los demonios del hambre. Reservas y maletas no podían viajar en los mismos asientos. Los dos viajábamos con enormes petates resistentes al agua de North Face que habían sido creados para vivir en la caja abierta de la Frontier. De camino a nuestro próximo destino paramos a repostar en una de las gasolineras de Garberville. La lluvia venía acompañada de una fina línea de nubes bajas. Tres limosneros se mantenían a cubierto bajo el paraguas metálico de la estación de servicio. Vicenç tenía una mano en el surtidor y los dos ojos puestos en el tridente. ¡Bienvenido extranjero al triángulo Esmeralda. Disfrute de la desconfianza que le recorre el cuerpo! De haber sabido de su historia, hubiésemos parado en un café del pueblo. Pero toda la documentación previa al viaje se había apoyado en Steve y no en María. Así que dejamos atrás el desvío de Alderpoint y continuamos hasta el Parque de Humboldt,. Cuando llegamos, apenas lloviznaba. Aparcamos con dejadez, no nos molestamos en dejar alineado el vehículo. No había nadie, o como mínimo nadie que se hubiese desplazado en coche hasta el jardín de las gigantes secoyas. Nada más poner los pies en el suelo, nos volvieron a entrar ganas de correr de nuevo. Pero todavía teníamos muy vivo el frío de nuestra primera salida de running. Borramos esa idea de la cabeza y estiramos los piernas. Pero no demasiado. Había algo que nos mantenía imantados al trasto. ¿El frío?, ¿la soledad?, ¿la niebla?, ¿el ejercito de secoyas?, ¿el deportivo con llantas mal pintadas en color rosa que aparcó justo junto al nuestro…? No lo sabemos, pero con la excusa de volver a entrar en calor y picotear algo de la trastienda, arrancamos de nuevo y ya no paramos hasta llegar al letrero luminoso del Super 8 de Coos Bay.