AGUJA, BAYETA Y BALENCIAGA
A ninguno nos gustaba llegar a los sitios con el tiempo justo. Entramos en un local especializado en cerveza artesanal. Nos sentaron en una mesa de cuatro. Al lado, pero suficientemente separados, había una mesa doble. Las conversaciones apenas se atropellaban. ¡Cómo aprecio la restauración que tiene cura por distanciar a sus clientes! El nivel de crispación traspasa lo terrenal cuando las mesas están dispuestas como en un bistrot parisino y las chorradas que arroja un celular me electrocutan el alma. Pero hoy nosotros podíamos hablar de lo nuestro. De arte, de encanto, del Empordà y de Chile. Cerveza y gilda. Gaulta y… Guaita, SANTI BALMES! La separación de bienes se fue al garate. La mesa doble arrasó con la nuestra. Por un instante creí en la bondad cristiana, judaísta, islámica, budista, templaria o de la iglesia nativa polaca: un ser exultante y luminoso de dulzura había tenido la brillante iniciativa de vociferar su nombre y apellido a quien sufría al no recordar su identidad. Pero no, la fuerza del lenguaje silencioso me recondujo a mis pensamientos casi casi religiosos sobre el deseo de que el próximo enemigo se olvide de nuestro aparato respiratorio y se centre en golpear a quienes abanderan al homo stupidus stupidus.
¡Muy buena la serie de Balenciaga, guapísimo, inspirador! En cada uno de mis hombros he punteado con agujas de coser estas dos bayetas violetas. Me espera una tarde de abrazos de ancla. Gracias Balenciaga por mantener limpia e intacta mi camiseta de rayas. Mi Capitán, antes Mishima, Garrafa Nadal y Joan Miquel Oliver. Hemos perdido al marinero. Antes de irnos lo hemos visto de nuevo. Un abrazo de ancla y una mano violadora reposando en una de las bayetas violetas.