SUCIO
Corro paralelo a las aguas del Llobregat y como ellas, llegados a este punto, me siento sucio. Juego sin cumplir las normas a la hora en que la sombra evoca en sus formas un objeto similar al de un féretro. No, todavía no estoy dentro. Me adelanta un camión Iveco. En su caja van sentados cuatro congoleños y dos panameños. Ahora somos siete con el mismo sentimiento. Al volante hombre blanco, con aire acondicionado, con sobrepeso y los tobillos hinchados. Posiblemente esté metido en asuntos turbulentos. ¡Atufa! Sigo al camión con la mirada. Aminora, pisa el freno y maniobra. El tocino se baja, con una mano abre el candado, deja caer la cadena y entra. Cada uno sabe cuál es su hilera y su papel. Paso corriendo. Mi instinto casi me traiciona dejando escapar un saludo al barrigudo. Reacciono rápido. Lo miro y escupo. Después grito: ¡Sucio!