EL VENENO BLANCO HAY QUE RECHAZARLO
Veo la ciudad con amargura. Las ratas están royendo la basugar y en la esquina me han dado un folleto en el que se anuncia la próxima conferencia - debate sobre la inteniglencia humana. A un kilómetro de la llegada todo está preparado: carpas, confetis, halitosis de ánimo y una comunidad de palmeros taconeando como Monsters. Alguien de dentro ya está anunciando el estado de alerta por la sequía. Si se cierra el grifo a los palmeros les atacará el hongo en las manos y todas las alabanzas se quedarán olvidadas. Primero fue con la N y ahora toca con la O. El patrón se repite pero la combinación de ambas respalda el NO.
De mi lado, sigo atesorando un tipo de soledad que me encarrila hacia la claridad. Aquello que he visto detrás del arbusto lo vomito en el papel: ¡Pobre pamplinas, los médicos ya no premian con golosinas! El veneno blanco, y en especial el refinado, hay que apostar por rechazarlo.